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Cuaderno del jardinero
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jardines en las grietas o cómo miles de semillas que palpitan bajo tierra brotan silenciosas para contar su historia

La hierba cana y las pamplinas crecen en el suelo o a los pies de los árboles. Son plantas poco longevas y a las que les bastan unos pocos meses, entre octubre y marzo, para completar todo su ciclo vital. Ahora, con todas las lluvias, llenan de belleza los trozos de tierra cuadrada de las aceras

Un alcorque lleno de hierbas espontáneas en una calle de Granada
Eduardo Barba

Un trocito de campo se abre paso en una rendija de la gris acera, al pie del edificio vecinal. Aprovechando la humedad que retiene esa abertura, una pamplina (Stellaria media) extiende sus delicadísimos tallitos sobre el pavimento, protegidas sus raíces bajo el adoquín de cemento. Ella es una pamplina descendiente de otra generación de pamplinas del parque cercano. Su planta madre crecía al lado de una masa de arbustos de eleagno (Elaeagnus × submacrophylla). Hasta allí llegó un gorrión hambriento en la primavera de 2024, quien tenía por costumbre picotear cada día algunas de sus hojas y tallos. Entre tanto comisqueo, el ave también solía engullir algunas semillas de la pamplina. Poco después, ligero, alzó el vuelo en la mañana, y se fue a visitar a Antonio. Este abuelo de sonrisa fácil echaba todas las mañanas unos granos de arroz a los gorriones del barrio; ellos le devolvían el favor con la algarabía y el jolgorio, con sus piares y aletazos enfrente de su ventana. En aquella primavera de justo hace un año, la espera paciente del pájaro posado en la ventana se acompañó del alivio de sus intestinos, que dejaron caer al suelo alguna semilla de la pamplina envuelta en todo el paquetito.

La semilla tuvo suerte porque, unas horas después, pasó el camión de baldeo por la calle, limpiando la porquería y los aceites de los coches. En uno de los sifonazos, el chorro de agua golpeó la minúscula semilla de la pamplina contra la pared. Empotrada, con el agua remanente, se infiltró en la grieta que dejaba el edificio contra la acera, y allí aguardó, aletargada. Pronto llegarían los calores del verano y, sin agua en la grieta que la acogía, la semilla dormitó con paciencia, hasta que las lluvias se convirtieron en habituales de los cielos del otoño venidero.

Entonces sí que sería el momento de renacer y la semilla de la pamplina se empapó de agua y germinó, para emitir una raíz fina, pero valiente, que la anclaba al sustrato. Tan a gusto se sintió, que consiguió crecer y florecer, con esos minúsculos pétalos blancos engranados en su corola como si lo hubiera hecho un relojero artesano.

 Los gorriones contribuyen a aumentar la biodiversidad al dispersar las semillas de muchas plantas.

Sí, la pamplina fue la primera en crecer en esa grieta, pero no era la única plantita allí: al lado cuenta con la compañía de una hierba cana (Senecio vulgaris). El cómo llegó a nacer junto a la pamplina habría que achacarlo a una ventolera de finales de abril de 2024. Haciendo honor al refrán, el mes vino con rachas de aire que hicieron las delicias de plantas como la hierba cana, que diseminó cientos y cientos de semillas desde el descampado de enfrente, cada una equipada con su minúsculo paraguas blanco. La casualidad quiso que una de ellas aterrizara en la misma grieta de la pamplina, y que incluso germinaran casi a la par.

La hierba cana se llena de pequeñas inflorescencias amarillentas decoradas con pequeños triángulos negruzcos.

Si una hormiga hubiera pasado por debajo de los adoquines, cuando estas eran pequeñas plantas, habría gozado al observar las raíces de la pamplina y de la hierba cana jugando entrelazadas, acariciándose la una a la otra, repartiéndose el agua y los pocos nutrientes de esa grieta rellena de algo de arena, una colilla de cigarro y una pizca de materia orgánica.

Una pamplina mostrando su color verde hierba y una de sus pequeñas flores blancas.

Ahora que las dos ya han florecido, les llega su momento final. Son plantas poco longevas, y unos pocos meses, entre octubre y marzo, les bastan para completar todo su ciclo vital antes de morir. Mientras sus semillas maduran, la pamplina y la hierba cana observan a los jardineros cavar los alcorques de los árboles de la acera de enfrente. Con todas estas lluvias de las semanas pasadas, mucha belleza en forma de hierbas se desparrama feliz en esos trozos de tierra cuadrada abiertos en mitad de las aceras. Pero parece que, una vez más, a alguien le molesta toda esa hermosura verde tapizando la base de los árboles. A golpe de azada, una tras otra hierba es cercenada.

De nuevo, los olmos y las falsas acacias se quedan sin sus grandes aliadas, las hierbas espontáneas; pero no importa, porque miles de semillas palpitan bajo tierra, y brotarán silenciosas para contar sus pequeñas historias a quienes quieran aprenderlas.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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